Sopaipillas con Amor.



Lugar: Saliendo del Metro Santa Rosa (Línea 4A).
Precio: $100 por presa.
Particularidad: Enormes potes para "bañar" las sopaipas, y mucho amor de parte de la dueña del local.
Comentario: "Las mejores sopaipas de Stgo."

Hoy me bajé del Metro Santa Rosa en dirección a la casa de mis abuelos. Hacía un frío tremendo y la 206, como siempre, se tardaría unos veinte minutos en pasar. Busqué algo que comer para pasar el rato, y encontré un amigable puesto de sopaipillas al lado de la estación que me invitaba a acercarme.

La dueña del puesto estaba entumida tomándose un tecito agarrando la taza con las dos manos intentando de algún modo combatir esa fría mañana. Le pedí dos sopaipillas, destapó un canasto y allí estaban formadas, ordenadas y calentitas, me pasó un papelito que funciona a modo de servilleta para que yo eligiese las que quería. Con la moneda en la mano le intento pagar para poder sacar las sopaipas tranquilo, ella tiene las dos manos ocupadas, una con el canasto, la otra con el té, entonces saco papel para tomar las sopaipas pero ahora ella tiene las manos desocupadas, vuelvo a intentar pagarle, pero ahora yo tengo las manos con sopaipas, papel y la moneda de quinientos, en fin, risas nerviosas después logramos concretar la transacción financiera para dar paso a la guinda de la torta, o de la historia, o de lo que sea. Mientras ella busca el vuelto, veo 3 potes gigantes, y muchos envases con ketchup, mostaza, ají, mayonesa, etc.

Abro uno de los potes por iniciativa propia y veo que tiene mucho pebre, los otros potes tienen salsa americana, y tomate. Como un niño al cual aún no invitan a jugar le pregunto a la señora: "¿Puedo sacar de esto?", y la señora con una calidez inusitada e inesperada me responde: "Saque todo lo que quiera mi niño".

Y en ese instante, de algún modo raro, me sentí en el Sur, mochileando, en la casa de una señora mapuche que me acogió y me ofreció sopaipillas desinteresadamente, me sentí en mi casa, en un día de lluvia, arropado con una frazada viendo tele, comiendo una sopaipilla que trajimos de la casa de mi abuela, me sentí como un chico, un pequeño que compra su primera sopaipilla y que mira con ojos de embobado su adquisición.

¿Es Santiago tan oscuro y vacío como se nos quiere pintar constantemente? ¿Somos tan malas personas realmente? Pues yo no lo creo, y no lo creeré en la medida que siga viviendo allí.

La cantidad de pebre, y el tufo con que llegué a la casa de mis ancianos abuelos son tema para otra nota, para otra reflexión sentado mirando por la ventana de la 206 del Transantiago.

Chao.
CHAMELO

Se me olvidaba decir que por lejos, fueron las MÁS RICAS SOPAIPILLAS QUE HE PROBADO.

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